Argentina 1 - Brasil 1 - Eliminatorias Mundial Rusia 2018
La primera impresión coincide con esos aplausos populares que el equipo supo provocar, tanto en el final del primer tiempo (cuando eran potentes, plenos de felicidad por la victoria parcial) como en el cierre del partido (cuando fueron menos intensos, pero agradecidos, a pesar del empate).
Muy lejos de brillar, Argentina demostró que está. Que los jugadores tienen personalidad y rebeldía, que respaldan en la cancha (donde deben hacerlo) al entrenador. No es menor luego de los rumores instalados en las últimas horas.
Hubo intensidad en cada pelota, lo básico. Hubo solidaridad para recuperar, para ofrecerse en la descarga, para marcar desplazamientos, para achicarles espacios a los apellidos rutilantes de Brasil, liderados por Neymar. Sobró todo eso que suele denominarse actitud, algo que a los de Dunga, en la etapa inicial, pareció faltarle.
A su vez, el técnico, Martino, según las circunstancias y las características de los jugadores que puso en cancha, logró maquillar esa idea que tanto pregona, sin resignar protagonismo. Esta vez no hubo salida exagerada en el toque desde atrás ni búsqueda obsesionada de la posesión. Por algo en ese rubro, en el primer tiempo, según OPTA, Argentina tuvo el 39 % contra el 61 % de Brasil. Había presión y salida rápida, con Di María por la derecha o con Lavezzi por la izquierda. Y con alguna proyección por sorpresa de los laterales. Banega, más suelto que los otros volantes centrales, apuntalaba apretando arriba y pasándola con prolijidad. Después, se esforzaba para darles una mano a Biglia y a Mascherano en el retroceso para que el equipo no se descompensara, como había sucedido con Ecuador.
La fórmula daba resultados. Sin crear montones de situaciones de gol, costándole demasiado poner jugadores en el área adversaria y ubicar a su goleador (el indultado Higuaín) en posición nítida de grito, Argentina igual llegaba más que Brasil y Romero casi no actuaba. Y con esa receta, en una contra rápida, Banega quitó, Di María inventó un caño y una apertura deliciosa, Higuaín salió hacia afuera y metió la asistencia para que Lavezzi demostrara que no sólo juega porque es amigo de Messi y definiera entrando por el medio.
Parecía que era la noche de la Selección. Tras gran corte y escalada de Otamendi, lo tuvo Banega, en el nacimiento del segundo tiempo, pero el tiro dio en el palo. No era una máquina la Selección, pero contagiaba. No sobraba fluidez, pero se respiraba confianza. Hasta que la abrió Neymar, mandó el centro Dani Alves, Douglas Costa cabeceó por detrás de Roncaglia, travesaño, gol de Lucas Lima. Empate, fantasmas y nervios.
Así como al final al equipo le faltó sostener el triunfo, también Martino dejó una conclusión agridulce. Movió piezas, pero sacando a Lavezzi, quien parecía tener más para dar. Y faltando 10 minutos excluyó a Higuaín cuando por ahí era el momento para tenerlo en el área porque el equipo encerraba a Brasil sin claridad y con centros. Y ahí el Pipita hubiera sido más valioso que Dybala, su sucesor.
La Selección supo reinventarse sin Messi, sin Agüero y sin medio equipo base frente a este Brasil de Neymar. Fue un desahogo para Di María, con la 10 en la espalda. Para Lavezzi. Para Banega. No desentonó Higuaín. Hubo respuestas individuales. La gente, por algo, se identificó con el equipo.
El problema son las dos tablas. La de posiciones (apenas dos puntos) y la de goleadores (sólo un grito). Ellas también dejan en evidencia que la Selección debe otras respuestas. Las buenas sensaciones son un interesante punto de partida, pero no alcanzan. Por eso Argentina irá Barranquilla con la obligación de aprobar también en el resultado.