ANTE ESTADOS UNIDOS, MANEJO LA PELOTA CASI SIEMPRE, PERO DEBIO CONFORMARSE CON EL 1-1
La Selección mostró ideas, tuvo juego, pero le faltó gol
El equipo de Batista jugó un gran primer tiempo. Luego bajó el nivel. Los goles, Cambiasso y Agudelo.
Si Batista buscaba funcionamiento, Argentina lo tuvo. Si quería rodaje, la Selección mostró que está cero kilómetro. Si necesitaba darles confianza, los jugadores demostraron que tienen la estima alta como el Empire State. Especialmente, el as de espadas. Lionel Messi fue el del Barcelona y, por más que las comparaciones resulten odiosas, estuvo tan rápido y picante como cuando tiene a Xavi e Iniesta a su alrededor. Esta vez los tenores fueron Esteban Cambiasso, Angel Di María y Ezequiel Lavezzi. Y la orquesta estuvo tan fina como el Barca. Sería despectivo hablar de paseo. Pero la superioridad de Argentina, más allá del 1-1, fue notoria.
Enfrente no estuvo un rival de los que exigen poco. El fútbol de los Estados Unidos -más allá de la popularidad de otros deportes en su territorio- ya no es lo que se sospechaba hace un par de décadas. Creció. Frecuente participante de los Mundiales y finalista de la Copa de las Confederaciones en 2009, ocupa ahora el puesto 19 en el ranking de la FIFA. Estos detalles hacen más valioso lo bueno que ofreció el seleccionado de Sergio Batista.
Hubo una saludable intención inicial: tocar, juntarse, buscar el pase corto. Por momentos, fue un concierto de Argentina en la parte inicial. Tanto que se jugó casi todo el tiempo en territorio rival.
Y a esa búsqueda colectiva, Messi le puso el moño. En algunos tramos, voló como en la play station. Fue inequívocamente el mismo que se ve en el Barcelona, el que elude rivales con naturalidad y a velocidad supersónica. En esta posición de centroatacante con plenas libertades -en la que lo ubica el entrenador- parece haber encontrado su lugar.
Y toda esa construcción de Messi sucedió a pesar de los sucesivos golpes de los rivales. Clint Dempsey en algunos instantes hasta le rindió homenaje a su apellido y jugaba a ser Jack, el inolvidable boxeador. Por ejemplo, en la primera mitad, le metió una patada durísima y el mexicano García Orozco -aparente militante del siga siga- ni siquiera lo amonestó. También lo golpearon en la cabeza y forzaron siempre el contacto físico con el crack rosarino.
Argentina fue un equipo corto, que siempre procuró jugar en 40 metros. Javier Mascherano jugó de tapón, se quedó entre Nicolás Burdisso y Gabriel Milito para aguantar atrás. Y todo el resto fue al ataque. Con orden, con criterio, con claridad y con muchísima precisión en los pases. Los compañeros de Messi en el tridente ofensivo, Di María y Lavezzi, rotaron permanentemente y y le abrieron la cancha a un Messi estupendo que aprovechó tal circunstancia para ofrecer su mejor versión. Por momentos un slalom que arrancó desde mitad de la cancha; también con ese pique corto en los últimos metros para filtrarse entre dos, tres o más rivales. Apareció también en la jugada del gol. Llegó al fondo por la izquierda, le hizo un caño a Carlos Bocanegra, pateó Di María cayéndose, tapó Tim Howard y Cambiasso definió como lo que es: un volante que también se siente cómodo en el área.
Hubo dos rasgos que definieron la actuación de la Selección, al margen del resultado: aunque tuvo una decena de oportunidades para sacar ventaja, le faltó precisión para definirlo.
Estados Unidos, ya en el segundo tiempo, se adelantó unos metros. Y hasta llegó a un empate que no tenía que ver con el desarrollo. Doble error defensivo (Burdisso perdió su marca y Mariano Andújar tuvo una floja respuesta) y definición de Juan Agudelo. A esa altura, la Selección seguía siendo más, incluso a pesar de que ya no tenía la intensidad del primer tiempo. Sin embargo, no llegó la victoria. Pero sí existió una sensación que agrada: Argentina tiene ideas. Y también juego.