Lionel Messi Balón de Oro - Mundial Brasil 2014
NO FUE SU MUNDIAL
Messi rey sin corona
La FIFA le dio el Balón de Oro como el mejor futbolista del torneo. Leo dijo que ese premio no le interesa nada.Tenía que ser su Mundial. Debía ser su Mundial. Al menos, estaba todo dado para que así lo fuera. Mucho más después de su esplendoroso arranque goleador, con cuatro festejos (uno a Bosnia, otro a Irán y dos a Nigeria) en los primeros tres compromisos, en una ronda clasificatoria que hoy parece lejana, perdida allá a lo lejos.Sin embargo, no fue el Mundial de Messi. Más allá del absurdo de la FIFA, de otorgarle ayer el Balón de Oro que premia al mejor jugador del torneo, íntimamente el mismo Leo debe saber que quedó en deuda, que le faltó algo más -y no se habla sólo del título-, que no exhibió esa rebeldía que se le pide al futbolista más brillante del planeta, y mucho más en una cita de esta naturaleza. Y lo debe saber, decíamos, porque simplemente había que verle el rostro desolado cuando le entregaron el Balón de Oro: lo recibió -junto al alemán Neuer, distinguido como el mejor arquero-, lo tomó con su mano derecha, casi no lo exhibió, y se fue caminando cansinamente hacia la ceremonia de las medallas.
¿Qué tengo que hacer yo con esto en mi poder, en este momento, mientras el resto de mis compañeros y de los argentinos están atravesados por un dolor infinito?, habrá pensado. Él lo dijo con sus propias palabras: “Ese premio no me importa nada; yo quería levantar la Copa para la Argentina”. Después, la medalla plateada le duró un ratito colgada en su cuello: enseguida se la quitó.
Al cabo, Messi fue (es) el rey sin corona. Cuando debía demostrar ese plus que distingue a los cracks sin épocas, no logró concretarlo. Hizo la parábola exactamente contraria a la de Maradona en México 86. Y acá no se quiere clavar la daga de las comparaciones ni hacer leña del árbol caído. Al contrario: si se le dice rey, está claro lo que significa Leo para el fútbol argentino.
Lo que se marca es que el capitán argentino ilusionó al comienzo de esta Copa del Mundo -sin brillar como puede con su fútbol incomparable, pero sí deleitando con sus zurdazos goleadores- y fue decayendo en su rendimiento a medida que llegaban los encuentros determinantes. Lo de Diego, en la epopeya mexicana, resultó al revés: un inicio sin magia y un final a toda orquesta. Punto final para el contraste que suele producirse cuando se menciona a los dos monstruos.
¿Qué hizo Messi en el triste domingo carioca? Poquito para lo que se aguarda de un genio. Pinceladas, nada más. Pareció enchufado en los primeros pasajes: a los 8 minutos, metió un desborde bárbaro por derecha -llevando a la rastra a Hummels- y lanzó un centro atrás con el botín diestro que cortó Schweinsteiger cuando Higuaín estaba relamiéndose. Las esperanzas se encendían. Y los cantos de la multitud argentina, también.
“¡Que de la mano, de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar!”, retumbaba en el Maracaná. Tocaba la pelota y dividía las aguas: los propios, lo ovacionaban y lo alentaban; los extraños (con los brasileños a la cabeza, obviamente), lo silbaban y lo hostigaban con sus voces.
Otro intento por la orilla derecha (sin resultado positivo), a los 39. El remate número uno, al minuto y 42 segundos del complemento: recibió de Biglia, por la izquierda, se le fue a Boateng y la cruzó al segundo palo, afuera. La más profunda, la maniobra que posee copyright, a los 29: desairó a Özil y a Höwedes, moviéndose de la derecha hacia el medio, y despachó un zurdazo que salió apenas desviado sobre el palo diestro de Neuer. ¿En el suplementario? Prácticamente, nada. Pateó un tiro libre, casi en el cierre, unos cuantos metros por encima del travesaño. Los abucheos de los brasileños lo taparon. Argentina perdía. Messi era la postal del desconsuelo y de la impotencia.
Por momentos, apareció caminando el terreno. En la primera etapa, jugó bastante alejado de Higuaín: no consiguieron juntarse para lastimar. Cuando ingresó Agüero para hacer dupla con el Pipita, Leo retrocedió unos metros para quedar detrás de los puntas. Sea como fuere, nunca se lo vio cómodo. ¿Cansado, quizás? Puede ser: el trajín, la tensión y la responsabilidad fueron enormes en estos siete partidos repartidos en un mes. Y pudo haberlos pagado. Ayer, también, regresó su viejo problema: en el período de apertura, tuvo arcadas otra vez.
A veces, no lo ayudó el sistema más precavido de Sabella: trabajó más para el equipo y el arco rival se le alejó. Otras, no les salieron las cosas que siempre le salen. Tenía que ser su Mundial y no lo fue. El rey se quedó sin corona. La pena es de todos.